Cuando llega la hora de su clase, Ana, de 17 años, deja a lado su trapeador, apaga la aspiradora o para de lavar el escusado para pedirle a su jefe que le preste las llaves de su carro.
Sale de la casa que le toca limpiar ese dÃa, entra al automóvil, abre su computadora, se conecta al módem de Internet y entra a su clase por Zoom.
No es nada fácil.
“Estoy tratando de hacer todo sola”, dijo ella. “Es algo tan difÃcil. Siento que voy a llorar. Me quiero rendir”, agrega.
Pero no se da por vencida. Casi dos años han pasado desde que Ana (este nombre es un apodo que su abogado usa para proteger su privacidad) migró a los Estados Unidos. Ahora le toca ir a la preparatoria , la primera vez que lo hace en su vida. Pese a que el aprendizaje a distancia ha complicado la educación de muchos estudiantes este ciclo escolar, fue la pandemia que permitió que Ana asistiera al bachillerato.
El distrito escolar de Oakland ha registrado un incremento de nuevos estudiantes inmigrantes en los últimos años. La educación por Internet ha creado una oportunidad para los estudiantes más vulnerables como Ana, jóvenes migrantes que llegaron al paÃs no acompañados, quienes enfrentan varios obstáculos para continuar sus estudios.
El anhelo de seguir estudiando
Cuando era niña, a Ana le gustaba la escuela. Pero al completar el 6o grado en Guatemala, dice que “no tenÃa a dónde ir”. Sin dinero para comprar sus libros de texto, su uniforme y otros gastos escolares, ella comenzó a trabajar junto a su madre, cosechando café.
Su anhelo de seguir estudiando y la necesidad económica fueron las razones que la trajeron a este paÃs. Pero cuando Ana llegó a Oakland, pasó un año sin que pudiera entrar a un salón de clases ya que su trabajo de limpiar casas hacÃa imposible asistir a la escuela.
Con el tiempo se enteró sobre una clase de alfabetización para adultos y se matriculó. Tres noches cada semana, viajaba en autobús de Oakland a San Francisco, donde se impartÃan sus clases y luego regresaba para seguir trabajando. Todo con el propósito de mejorar su inglés.
Su maestra, Victoria Carpenter dice que Ana se destacó de todos los demás alumnos por aprender muy rápido.
“Ella era muy inteligente, de eso no habÃa duda”, dijo Carpenter. Ella se dio cuenta cuando estaba enseñando cómo escribir las fechas de nacimiento en EE.UU., tan sólo unas semanas después de que inició el semestre, que Ana acababa de cumplir 17 años.
Carpenter se quedó sorprendida. Según la ley, Ana tenÃa que estar en la preparatoria.
Nate Dunstan, quien maneja el programa de refugiados e inmigrantes recién llegados del Distrito escolar unificado de Oakland, buscó a Ana luego de que Carpenter le avisara de su situación.
“Le dije que yo querÃa ir a la escuela, pero no puedo. Tengo que ir a trabajar”, dijo Ana.
Dunstan conoce bien esta situación. Ãl apoya a varios otros jóvenes no acompañados como Ana, quienes enfrentan muchos retos para seguir estudiando. Muchas veces, estos adolescentes viven en condiciones precarias con familiares que casi no conocen y enfrentan grandes obstáculos económicos. Además de cubrir sus propios gastos personales, también tienen que mandar dinero a su familia y pagar la deuda que le deben a los coyotes que les ayudaron a cruzar la frontera.
El año pasado, el Ãndice de jóvenes migrantes recién llegados que dejaron la escuela llegó al 36%. Mientras que la cifra para el resto de los estudiantes era del 6%.
Estos datos toman en cuenta a los jóvenes inmigrantes que llegaron al paÃs con sus familias y también a los que llegaron solos. Pero los funcionarios escolares afirman que el Ãndice para los chicos no acompañados podrÃa ser mucho más alto. Dunstan se preocupa más por estos estudiantes ya que ha visto a muchos perder su hogar o caer en el mundo del tráfico sexual y laboral.
Tiene esperanzas de que cambien las cosas con la llegada de nuevos fondos para contratar a un trabajador social de tiempo completo que se enfoque en las necesidades de estos jóvenes que no pueden ir a la escuela.
La subdirectora Emma Batten-Bowen y los estudiantes del bachillerato Rudsdale Newcomer en Oakland. (CortesÃa de Emma Batten-Bowen)
“¿Qué otra opción tengo?”
Tomando esto en cuenta, Dunstan conoció a Ana, quien lo impresionó bastante.
“Fue algo increÃble que ella asistiera a una clase de educación para adultos con tan sólo 16 años”, afirmó él. “Eso requiere mucha motivación”, dijo.
Ãl hizo “todo lo posible” para que Ana entrara al bachillerato. Se conectó con un abogado de inmigración que apoyarÃa a Ana sin cobrar y también asignó un pequeño monto para que ella pudiera cubrir algunos de sus gastos.
Sin embargo, Ana no podÃa dejar de trabajar para poder asistir a la escuela.
Asà fue como Ana se dio cuenta de que el cambio al aprendizaje a distancia podrÃa ayudarla.
Su tÃa era un poco escéptica.
Ana recuerda que su tÃa le preguntó, “¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a llevar la computadora al trabajo?”
“¿Qué otra opción tengo?” le respondió Ana.
Y asà fue cómo ella comenzó a prepararse para entrar al 9o grado en el bachillerato Fremont de Oakland.
Pese a todo el caos provocado por la pandemia, Dunstan ha logrado matricular a otros jóvenes no acompañados. Después de meses de intentar, él pudo convencer a otra muchacha de ir a la escuela luego de perder temporalmente su trabajo.
“Pude registrarla en una clase de verano sólo porque tuvo COVID”, dijo Dunstan. “Ella estaba en cuarentena y me dijo, ‘bueno, supongo que podrÃa tomar la clase ahora”’, explicó.
Suben las tasas de inscripción de jóvenes inmigrantes recién llegados
En el bachillerato Rudsdale Newcomer, la cual es una escuela que apoya a jóvenes no acompañados, el nivel de matriculación ha subido como nunca antes visto, afirma la subdirectora de la escuela Emma Batten-Bowen.
“Lo que estamos haciendo es reintroducir a muchos chicos a la escuela luego de que la tuvieran que abandonar por todas sus responsabilidades”, dijo Batten-Bowen.
Bowen se anima mucho cuando ve que jóvenes madres regresan a la escuela luego de haber tenido que dejar sus estudios para cuidar de sus hijos. Ella dice que ahora pueden asistir a las clases en lÃnea a la misma vez que cumplen con los quehaceres del hogar.
Pero todavÃa se desconoce si esta nueva manera de aprender puede resultar en buenos resultados académicos de los estudiantes.
“¿En verdad están pasando sus materias?” dijo Batten-Bowen, señalando que a pesar de la pandemia, mucho aún no cambia. “Sus vidas son tan difÃciles”, agregó.
Dos semanas después de que comenzó su primer semestre escolar, Ana enfrentó nuevos desafÃos. No tenÃa Internet en su casa y el módem que le prestó su escuela perdÃa la conexión cada pocos minutos. Estas interrupciones constantes no le permitÃan seguir las lecciones y algunas veces perdió toda su tarea por las fallas del Internet.
También se le hizo difÃcil balancear sus responsabilidades escolares con su trabajo, y habÃa veces en que se acordaba salir al auto de su jefe para conectarse justamente momentos antes de que terminara la clase.
Ana al fin tiene acceso al Internet en su casa y dice que la escuela ya se está haciendo más fácil. Poco a poco ya se está acostumbrando a su horario y también le ayuda que está trabajando menos horas, aunque sigue preocupada cómo pagará sus gastos.
“Estoy haciendo todo lo que puedo, pero es muy difÃcil”, dijo.
Algunas veces piensa qué pasarÃa si deja la escuela, pero sigue adelante. Ella afirma que no se dará por vencida “porque quiero tener un mejor futuro. Después, si tengo un diploma, quizás podré tener un mejor trabajo”.
“Si sigo adelante, quizás todo valdrá la pena”, dijo.
Este artÃculo fue traducido por el periodista, Carlos Cabrera-LomelÃ.
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